viernes, 9 de julio de 2010

13:00 Del mediodía. Seguramente hoy habré atendido a más de cien personas. 100 personas con sus energías, sus olores, sus tactos. Cien personas a las que he mirado a los ojos y antendido con una sonrisa. Miento 99 personas. A una de ellas le he respondido rabioso e irónico. Lo ha notado y ha comprendido el por qué. Me pide perdón. Ha visto que con la barra llena no podía hacerle caso exclusvamente a él, mientras mis brazos cogían una velocidad sorprendente cogiendo vasos, poniendo platos para los cafés...




Lo que más me gusta es el juego de muñecas que he desarrollado poniendo cafés. Es mágico. Coges cazo, abres cubeta para posos,golpeas el cazo, se sueltan los posos, cargas con el molinillo el café y en un rápido giro de muñeca encajas el cazo y pulsas el botón de selección. Me encanta. A veces me reto a mí mismo para ver si puedo poner un café más rápido que otro. Es algo mecánico tan mecánico que durante 3 segundos me gusta ser una máquina más del bar.

Son las 13:00 del mediodía y el jefe me ha mandado lavar vasos de plástico, secarlos y volverlos a guardar debajo de la barra. En el mismo sitio lleno de mierda de donde venían y donde volverán. Lo veo algo estúpido pero como he dicho soy una máquina. Un robot al que seleccionas la cosumición o la orden a realizar y la cumple con una sonrisa o un comentario gracioso. Creo que alguien ya inventó la palabra "alienación" (mierda ya no se me recordará nunca) Acabo lo que me ha pedido. Efectivamente me dice que guarde los vasos donde estaban antes. A veces siento que
las horas que pasan tiene cierto tono amarillento y pegajoso como el que tenían los vasos antes de limpiarlos. O esa "porquería" / mierda que tiene el hueco de debajo de la barra.

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