jueves, 30 de septiembre de 2010

Se me acamulan las entradas

Mañana "con un poco de suerte" (Gracias padre por inculcame esa gran frase) el Bar San Fermin celebrará su octavo cumpleaños con su actual inquilino. Mi padre y por su puesto su incondicional escudero...el que estas líneas escribe. Yo creo que este bar con los años en sus espaldas tiene una mágia, un halo de energía que todo lo impregna de un sentido único y exclusivo. Hoy como por arte de magia se están sucediendo una serie de sucesos que el sábado y dando tiempo al personal para que lea esta entrada daré a conocer. Pero insisto...no desvelaré nada hasta el sábado. Quizás mañana nazca un nuevo proyecto que vea la luz de aquí a un par de años si la salud, el trabajo y la suerte no me fallan. Sobre todo las dos primeras.

En cambio hoy, e intentando controlar la emoción, la excitación por las cosas que hoy están ocurriendo, hablaré de algo más duro y serio. La soledad en la tercera edad.

Estaba el Poeta emborrachándose de trabajo entre cafés, anises varios y muchos pintxos cuando entró una pareja de unos 40 años empujando una silla de ruedas donde se mantenía con la mejor compostura posible, una mujer muy entrada en años. Pidieron y consumieron. Pero con ellos se consumió también una parte de mí.

Una ley no escrita del camarero es no meterse en conversaciones ajenas, si previamente no piden tu opinión. Y eso lo he trasladado a mi vida personal. Ya pueden estar hablando a mi lado de cualquier cosa, que si no va conmigo, y aunque estén a milímetros de mí no retendré conversación alguna. ¿"Pá" qué?
En cambio aquel día fue especial. La mujer de la silla de ruedas se echó a llorar lográndole entender algo así como "Porque no quiero que sea la última vez que me visiteis" mientras hundía el rostro cual cabeza en un colchón de látex, en sus curtidas y arrugadas.
Al mismo tiempo un llanto que nacía en el alma y salía por la boca hizo enmudecer a los allí presentes. Era el llanto de una persona que no quiere que los últimos años o quizá meses de su vida sean en soledad, como parece ha podido comprobar. La joven intentaba consolarla dicíendole que sí que vendrían más a menudo.
Ella le respondió en una bocanada de aire, que eso mismo le habían dicho la última vez y que desde entonces había pasado muchísimo tiempo.

Para mí quedó la reflexión de la vida. Quizás un tema demasiado denso y perceptible según la edad con la que se viva como para tratar en este blog. Lo cual sería una sorpresa si así sucediera.
A mí a parte de un desgarro de algo dentro de mí, lo que me hizo pensar fue en cómo nos trata la vida. Naces. Todo es nuevo y como tal casi todo son ventajas. Maduras. Primeras ostias. Te cuertes. Siguen las ostias pero compaginas con primer piso, primer vehículo íntegramente tuyo, primer hijo...Son etapas en las cuales por lo general estás constantemente acompañado de amigos y familiares. De gente que te rodea.
En cambio una vez llegados a muy mayores o a "viejos" parece que el miedo a la, o la própia muerte tiende a marginarnos. La gente que nos quería o no está ya, o no tiene tiempo para estar con nosotros (al menos por norma general). Eso lo compruebo cada día en el bar. Mucha gente mientras bebe un vino me cuenta su historia y consigo arrancarles una sonrisa. Un "tranquilo que yo te escucho". Y al final otro día que se echa la cortina al cerrar. Mañana unos volverán y otros en el recuerdo aguardarán.

Desde la cocina del Bar de los tópicos y típicos. Donde se cocinan alimentos y hoy ideas.

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