miércoles, 30 de junio de 2010

Relato del concurso del Hotel Villava

Seamos sinceros. Este blog no lo lee nadie. Bueno sí. La Gasolina y Marytxu y como seguramente no habré ganado el concurso al menos leeros este relato que me inventé. Sí me vendí poniendo Hotel Villava y demás pero yo qué se...es como mejor sé hacerlo por ahora. Venga ahí os lo dejo:

- Siempre he admirado la afición de intercambiar libros. O esa otra afición de esconderlos por la ciudad e irlos encontrando para que otra persona disfrute del libro que te ha gustado. Supongo que con el paso del tiempo he hecho de mi vida una colección inagotable de recuerdos, vivencias que, como con los libros, he compartido con los demás.
Con su permiso le contaré uno de aquellos recuerdos.
Verá, yo soy de Narbarte un pueblo situado a unos 45 kilómetros de Pamplona y no quise aceptar lo que muchos decían era mi destino. Según ellos me tendría que dedicar a la ganadería y a la huerta. Me decían que el viaje más largo que haría sería al matadero o al veterinario. Pero yo me encargué de que no fuera así. Decidí estudiar arquitectura.
Los comienzos fueron muy duros. Nadie me ofrecía trabajo e incluso me robaron un par de ideas, aún así me armé de valor y viajé a Londres. Allí era algo así como una mota de polvo en una tormenta de desierto. No. No me mires así porque no fui con todos los gastos pagados. Es más, de hecho por aquellos años yo andaba con un 2cv heredado de mi abuelo, que no valía gran cosa pero que desempeñaba su función de traerme y llevarme por las carreteras vigiladas por el río Bidasoa. Y así con mucha ilusión y poco dinero (apenas veinte mil de las antiguas pesetas) como se suelen hacer la mayoría de los sueños, me aventuré a intentar cumplir el mío.
En cuanto llegué. Me di cuenta de que la siesta era un invento que sólo se practicaba de manera casi maniática y sincronizada en mi país. Aquí no hay tiempo para eso. En Londres visité el palacio de Westminster, el cual te recomiendo que visites alguna vez si vas por allí. Ya de paso haz las típicas fotografías del Palacio de Buckingham y no te olvides de visitar la National Gallery. En el momento que yo la visité había una ballena enorme que medía más de 30 metros colgada del techo.
Allí conocí a Ab Dul, un joven aventurero que siendo hijo de un importante empresario africano decidió dejarlo todo para llegar hasta Londres haciendo autoestop. Es cierto que de vez en cuando su padre le enviaba dinero y eso muchas veces evitó que le desahuciaran por no pagar el alquiler. Nadie diría que su padre tiene una de las mayores petroleras de toda África. En Londres también conocí a Haruka, una estudiante japonesa que contaba con una beca de la más que prestigiosa Universidad de Tokio para estudiar empresariales en Londres. Con ellos dos y con Beatriz una chica de Valladolid que vino aquí por el simple hecho de aprender inglés de forma nativa, pasé cuatro inolvidables años de mi vida. Lo que más me sorprendió fue que pese a ser de tres continentes distintos y de distintas clases sociales los cuatro hiciéramos tan buenas migas.
Lo bueno de viajar es que te crea un gusano increíble de conocer más mundo y dejar de ser ciudadano de un país, para convertirte moralmente en un ciudadano más del mundo. En Londres hice increíbles amistades como ya te he dicho, pero la vida son un constante ir y venir de ciclos y el mío en Londres tenía la sensación de que se acababa. Disfruté de Anfield y su “never walk alone”, de la gente trajeada que come tallarines o hamburguesas rápidamente en el metro para llegar a otro trabajo. Los bares enmoquetados que absorbían las bebidas tan rápidamente que ni te enterabas. Pero sin duda el recuerdo que más me sorprendió fue la gente. Su cultura. Cuando llegué, pensé que en Londres se seguiría la educación inglesa de forma enormemente estricta, pero al irme me di cuenta de que no hay que fiarse para nada de los tópicos. La gente de día es tranquila y formal pero a la noche uno no puede hacerse una idea de cuánto se desmelenan. En Londres trabajaba como ayudante de otro arquitecto y decidí buscarme nuevamente la vida en otro país. Es cierto que no quería volver a casa todavía y eso me animó a viajar a Italia. Más concretamente a Florencia.
El cambió fue brutal. Sí. Son mediterráneos también pero yo venía de Londres. De un ambiente más frío y de una cultura de poco “contacto” en los saludos. El primer mes me parecía exagerado tanto abrazo y tanto beso cuando te ves por la calle. Pero eso sí. Tenían siesta.
Lo que conocí de los italianos era que son tremendamente presumidos. Vamos que se cuidan mucho de no vestir bien. Entre los españoles de allá decíamos que la gomina para el pelo era el producto oficial del país. Estás en Italia. Tierra de los Ferrari, de la pasta casi como emblema del país y sobre todo de la pasión. Porque si algo caracteriza y tiene en común con los españoles es la pasión y la entrega con la que hacen todo. Cuando animan a su equipo dan la vida por ellos y cuando toca celebrar no paran de saltar y gritar. Pero como pierda...ten cuidado y no te cruces con ellos. Allí empecé viviendo otra vez en un piso compartido. Esta vez todos españoles. E incluso coincidí con otro navarro de Villava. Se llamaba Gaizka como aquel jugador del Valencia sí. Aquel tal Gaizka Mendieta.
Éste no era jugador de fútbol, era más bien aparcacoches de una discoteca. Me hablaba de que él sí que echaba de menos su tierra y que tarde o temprano volvería a la tierra del buen comer, de los San Fermines y de las “cuadrillas”. Tras luchar mucho conseguí que una cadena de ropa me comprase un proyecto para construir un edificio en Roma. A partir de ahí todo vino rodado. Pude dejar el piso compartido y meterme a una casa en la Toscana italiana, donde he estado viviendo los últimos cincuenta años. Es cierto que tuve suerte, pues los proyectos salían sin demasiada dificultad. Nunca nadie me regaló nada y poco a poco amasé cierta fortuna. Con el tiempo me casé con una vieja amiga que conocí años atrás. De quien no me pude olvidar nunca fue de Gaizka. Nunca supe qué fue de él ni de su vida. Y por eso hoy estoy aquí. Sentado en la barra de un bar de un hotel contándole mi vida a un camarero. A las cinco de la tarde de un día cualquiera, en un mes cualquiera. Y sí. Estoy en Villava en busca de Gaizka. Perdón si le he aburrido contándole mi vida pero igual así le animo a usted a viajar también. ¿Por cierto cómo se llama este hotel?
-Este hotel se llama Hotel Villava.
Afirmó el camarero que seguía absorto en la voz de aquel hombre mayor.
-Haruka ¿quieres tomar algo?
Preguntó el hombre a su compañera. Ella negó con la cabeza y una sonrisa cautivadora.
El camarero se quedó entonces pensando. Como si pudiera ayudar a aquel viajero.
En ese preciso momento otro hombre también mayor salió del baño.
-Gaizka. Tú estuviste viviendo en Florencia y trabajando como aparcacoches hace muchísimos años ¿verdad? Preguntó el camarero a su jefe.

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