lunes, 23 de abril de 2012

Todavía revolotean las palabras de una madre esquizofrénica. Lo suficientemente inteligente, como para dar gritos de lado a lado de la casa mientras habla con su pareja y así enviar indirectas a otros miembros del clan. Era su manera de comunicarse. De demostrar que estaba jodida. Las úlceras en el orgullo no le dejaban respirar. Él veneno que eso produjo algún día la llegará a matar. Mientras la cosa sigue.

Resuelve los problemas que ve en las noticias con simples comentarios. Como si el televisor tuviera oídos y las personas que le rodean micrófonos. Su visión era defensiva. Acostumbrada a los palos de la vida, a los desvanes que le hicieron cosas tan normales, como el buen amor, las sorpresas gratas y unos hijos normales.
No tuvo suerte y enseñaba los dientes cada día. No era ella. En ello se había convertido ella. La crisis le hacía meya.
Su hijo no sabía lo qué quería. Camino de los 30 soñando con mil vidas. Camino de ser un camarero todo el día.

Y no se cansará porque intenta ahorrar. Abocado a lo que cree que es su lugar en la vida. Ingenuo e inocente intenta expresar al mundo algo. Al mundo no le interesan las palabras de un vago. La cosa va despacio. Muchos cambios, quizás no los necesarios.
Cosas difíciles. Admiro a quien dejó todo y se fue a la capital. En el fondo no lo sé, quizás sólo sea envidia, la cosa está jodida y no puedo hacer muchos cambios.

Y cada mañana me enfrento a la misma decisión. Nunca sabré cuándo perdí la razón si el día que detuvieron a mi padre o el día que desperté de mis sueños infantiles. Cuando descubrí que por mucho talento, quizás no sea este mi sino y tenga que ser un esclavo.
Se agotan las posibilidades. Poca pasta y muchos sueños no pueden ser buena mezcla. Escribo antes que estudiar. Es mejor evadirse que reflexionar. Fumo plantas ilegales, con sus aromas naturales me hacen volar.

E aprendido a no llorar. A sentirme querido pero nunca a mirar atrás. Mi pasado se compone de decisiones de mi presente. No puedo arrepentirme porque he sido el mismo siempre. Dejo que me fustiguen. Aprendí a beber resignación, ¿para qué revelarme si la muerte es la única no ocasión?  Vivo el presente, porque así me han enseñado. No quiero dar pena porque seguiré guerreando. Sólo quiero pedirle a mi yo futuro, que aparezca pronto. Le necesito. Menudas bobadas escribo. Mi yo del futuro soy yo pero con más o menos huevos. Más decidido o más conformista.

Y en el fondo es la misma sensación una y otra vez. La de correr a sprint, sobre una cinta estática. Donde me desfondo por conseguir objetivos pero no me muevo del sitio.

Como si fuera literalmente “Don Álvaro y la fuerza del sino”, sólo que en mi caso sería “Don Unai y el pulso al Destino”.

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