lunes, 9 de enero de 2012

Origen

Hasta ahora sabes poco de mí. Nada. Nací en Clermont Ferrand. Concretamente en La Pradelle. Ciudad de antropólogos. Quizás por eso mismo soy así. Un atropólogo amateur. A veces voyeur y otras tantas simple observador de la gente.

Poco más hasta ahora. Es un barrio tranquilo donde poca gente sospecha nada de un joven en apariencia descuidado como yo. Pobres vecinos. Todos queríamos ser como Platiní. Queríamos volar por los aires y marcar goles que dieran Ligas, Copas de Europa.
Otros intentabamos mirar por debajo de las faldas de las compañeras de colegio.
Con 13 años un matón me robó el ciclomotor que mi padre me había regalado. Aquel tastarrio no superaba los 50 km por hora pero me era suficiente para creerme Doohan en rotondas y callejuelas. Especialmente cuando llovía.

Recuerdo que una vez estaba tan emocionado que tumbé con el ciclomotor hasta que mi desnuda rodilla probó brea y la motó calló derrotada hasta dar con un bordillo donde frenó. Tenía el corazón más acelerado que una reunión de adictos a la cocaína. Sólo pensaba en que el ciclomotor estaba totalmente arañado.
Me levanté e intenté llevarlo a un taller de motos 4 calles más abajo. Más que taller era una casa con patio de un mecánico jubilado que ponía a punto en sus ratos libres máquinas. Todos los jóvenes acudíamos a él cuando se nos estropeaban los vehículos.

La cara del mecánico era un cuadro cuando me vió entrar. No prestó atención a la moto y me señaló la rodilla. Totalmente pelada sin piel y llena de gravilla. Con el susto no había reparado en mí y el lado izquierdo del cacharro tenía tanta sangre que incluso parecía suya.
Sencillamente me desmallé.

Cuando cobré el conocimiento, tenía una coca cola y un bollo a mi lado. El mecánico sonrió al verme despertar. Tenía la rodilla llena de mierda pero con la sangre coagulada. Se podía haber hecho una morcilla con tanta sangre. La moto relucía de otro color. Había cambiado los plásticos por los de otra. Ahora estaba mejor pero cómo explicar a mi padre la metamorfosis era otra cuestión.

Como decía un día un pobre desgraciado me robó aquella moto. Estuve sin saber nada de la moto hasta pasados 2 años. Me junté con un amigo y me preguntó qué hacía yo a las 12 de la noche ayer en Beaumont. Al día siguiente al salir del instituto y me dirigí donde me dijeron.

Me pasé 4 horas esperando a que el chico cogiera mi moto. Cuando se dispuso a arrancarla me acerqué. Me reconoció. Sin mediar palabra fue a lanzarme un puñetazo, cogí la cadena que tenía guardada en la mano derecha, detrás de mi espalda y le aticé en la cara. Cayó al suelo. Seguí golpeandole sin para en la cabeza. Sangraba. Me gustaba esa sensación.
Por fin no era yo la víctima. Era el agresor. Sé que estaba inconsciente. Que no sentiría nada. Me daba igual. Disfrutaba atizándole patadas. Por la emoción del momento se me había olvidado que tenía la cadena en la mano. Me acerqué a su menisco derecho y le metí una patada. No crugió. Eché la cadena hacia atrás y con impulso le aticé nuevamente. No crugió. Coloqué el candado en un extremo y volví a golpearle. Esta vez crugió. Fue un chasquido como el mejor champgne seco.

Sonreí. Nadie me había visto. Arrastré el vivo cadaver hasta un callejón y esperé hasta que recobrara la consciencia. Pensé en las palizas que había sufrido en el colegio. En este matón que me había bajado los pantalones en clase. Pensé en el disgusto de mi madre cuando me vió la rodilla llena de sangre. En el dolor de quitar la sangre seca de la piel de la herida. Pensé en que me gustaba esto.
Tuve 20 minutos para pensar en por qué no matarlo. Quizás era demasiado. Cuando recobró la consciencia y sintió el dolor se echó a llorar. Para tener 20 años y tener esa pinta de duro, no lo hacía nada mal. Como si no fueran pocas las veces que lo había hecho. Me volvió a mirar y esta vez vi el pánico en su mirada. Esa sensación era orgásmica. Me acerqué y le abofeteé para que dejara de llorar unos segundos

Esto sólo ha sido por mi ciclomotor. Imaginate qué te puedo hacer si respiras mi mismo aire.Y como tengas la mala suerte de denunciarme, posiblemente compartas nicho con tu bisabuelo.-

A continuación siguió llorando y me alejé. Eso sí, esta vez y nuevamente motorizado.

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