lunes, 28 de noviembre de 2011

Experimentando con la brevedad

No sé quién coño será mi dios. Si quizás adore al equivocado, o el que me tocó es un bromista. En las últimas 24 horas he recibido más ostias que una piñata. Gracias a ... venga ya. Ni dioses ni tonterías, gracias al mendigo, sólo se me ha llevado los zapatos y 20 euros de la cartera. A cambio me ha dejado otros 20 y una nueva sensación que sentir. Me levanto. Tan sólo un chichón en la frente y un par de cortes en el antebrazo izquierdo. Me pongo en pie. Panopawers ya os digo que es una ciudad especial. Camino rumbo de la parte añeja de la misma. No tengo zapatos y es incomodísimo caminar sobre adoquines y gravilla con unos calcetines del chino. Me la sopla. Voy fijándome en los tejados de los edificios.
Es paradójico cómo en nuestra vida intentamos aupar objetivos altos y magníficos, cuando en realidad no miramos más allá de lo que tenemos de frente. Vale. Podrás decirme que hay que ser constante en un objetivo y no distraerse. Pero la de detalles que nos perdemos ...
Pena que no me trajera la cámara de fotos. Comparten junto a unas vistas del extraradio de Panopawers , el mismo banco, un indigente y dos adolescentes. El primero va vestido de negro. Gorro de lana y guantes sin puntas. Jersey blanco y encima un chaleco también negro. Debido al angulo en el que está sentado se puede descubrir que lleva 3 pantalones puestos. Uno es blanco, el otro azul y el que se ve, es morado. Es aquel típico pantalón de chandal de los 90 que seguramente habrás llevado de pequeño. Observa asombrado y concentrado, el bombin oxidado con su respectiva llave. Intentado descifrar cómo es su funcionamiento y soñando más que intentando descifrar, qué tipo de cosas protegió cuando era útil.
Al lado dos chicos con móviles de última genereación. Vestidos con ropas demasiado grandes para ellos. El que está más cerca al mendigo, más que pantalones parece que llevara dos sacos de tela unidos en el centro por una bolsa de almuerzo, de esas que todos hemos llevado al colegio cuando no sabíamos que era ni una suma. Capuchas gigantes y miradas de tipo duro. Juntos y enfrascados en la tecnología sin mirarse. Seguramente el valor de esas prendas gigantes y que en cara tan agria parece transformar a sus portadores, superaría a lo que protegía el bombín del mendigo. Sin embargo aunque juntos los tres, ni se miraban. Y menos aquellos dos niños, tecnológicos y duros. Cuya dureza había forjada por no tener la consola de turno o saldo en sus apretadas avanzadillas tecnológicas.
En el marco que enmarcaba mi visión lo he visto. Voy a poner en práctica mi tésis.
Entro por el portal. Subo por las escaleras hasta lo más alto. Justo. Encuentro un ventanuco que da a la azotea.
Desde aquí la vista es preciosa. Puedo divisar toda la ciudad. La temperatura es muy buena así que ¿por qué no? Me quito la camiseta y los pantalones. Nadie se percata. Me quito el calzoncillo quedándome blanco por completo. Giro sobre mi mismo respirando hondo por el chute de adrenalina. Me encanta esta sensación. Según acabo el giro, veo cómo una mujer me saluda efusivmente. Parece contenta. Está apoyada sobre la varandilla de un ático. También desnuda. El chico que está desnudo detrás suya y bailando también me saluda.
Río a carcajadas tan altas que les contagio. Me quedo sorprendido y les hago un movimiento de cadera que mueve mi sexo cual trompa de elefante se ríen. Me siento sobre las tejas y observo la ciudad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario