martes, 25 de octubre de 2011

Parte 4 DE ESTA LOCURA MENTAL

Guardé el arma. No es cuestión de hacer el subnormal más de lo habitual. Me toca descanso y subo otra vez a la oficina. Allí tengo allí está Roncesavalles con su mierda de red social. Joder en el fondo somos una cuadrilla de narcisistas que deseamos dar a conocer todos nuestros planes constantemente al mundo. Como si eso interesara a alguien. Espera. Sí que le interesa. A toda esa gente que no le basta con sus vidas y necesitas hurgar en las ajenas.

Me desabrocho la corbata y los pantalones. Sé que no es por ello pero una sensación de ahogo recorre todo mi jodido cuerpo. ¿Iron Maiden? Dios esa mierda heavy debería estar prohibida por ser una amenaza a los oídos. Aún así Killers parace tener buena pinta. Ahí estoy. Intenado parecer normal, escuchando una música para gente con problemas auditivos y analizando a mi compañero de trabajo. Él no lo sabe y quizás yo tampoco lo sabía en ese momento pero su vida era mierda. Intentaba disimular ser normal pero ¿quién cojones es normal? Todos soñamos con ser diferentes para llegar a tener éxito. Tan sólo unos pocos especiales lo consiguen y visto lo visto ni él ni yo aspiramos a algo mejor que una garita y a la sensación de poder que nos da el uniforme.

¿Será la música? ¿Será mi galopante esquizofrenia? Tal vez una mecla de ambas pero que agusto me acercaba por detrás y le hundía la cabeza al muy cabrón en la pantalla. ¿Quieres vida social? Cómete el ordenador de una puta vez. Aún así necesito el trabajo y el llevarme bien con Roncesvalles. Ser nuero del jefe es lo que tiene. Que te vuelve en un auténtico gilipollas intocable. Ahora mismo sobre todo eso. Intocable. Me acabo la granada tan rápido como la intenté desgranar ayer. Salgo a dar el último paseo de 4 horas.

Me acerco por la cocina del edificio. Por desgracia al cocinero se le ha olvidado cerrar la puerta y no puedo evitar ver cómo 3 cucarachas intentan evitar correr desesperadamente, antes de que el cocinero las atrape y las eche a la carne picada de la salsa boloñesa. Recuerdo por qué ya no como aquí desde que está el gilipollas éste. Me encanta pasearme por el restaurante. Ver esas joyas, esos abrigos de falsa piel, entremezcladas con tipos que se creen duros, por llevar las mismas joyas y auténtico cuero en los asientos de sus Bmws.
O ver a ese niño católico, vestido con picos hasta en los zapatos, entremeclado con chonis bacaletas que sólo aspiran a no quedarse embarazadas antes de los 25, rodeadas a su vez de chulos putas con cadenas imitación de oro, cuadrados e inexpresivos como fachadas de edificios.
Todo ello aderezado con seguratas y dependientas, cuyos uniformes han sido cosidos por manos infantiles en Tailandia.
Aún así todos pinchamos "me gusta" o "sí" cuando nos piden por las redes sociales que sintamos lástima por ellos. Una mierda. Qué ostias vamos a sentir cuando esas manos llenas de sufrimiento han cosido, una ropa que hace sentirnos egoístas y triunfantes.

Voy bajando planta por planta otra vez. Son las siete de la tarde y las chicas de electrodomésticos tienen su descanso. Dicen que son las más enchufadas y con la de mierda colombianan que esnifan hasta el Diablo de Tasmania parecería un oso perezoso a su lado.
Como todo drogadicto tienen su ritual para meterse. El suyo es mirarse al espejo. Corregirse el rimel y poner la canción del Rey León. Cuanda acaba la canción, una de ellas ya tiene preparadas las cinco rayas. Cada semana, una de ellas es la encargada de traer 2 de cada 3 días una dosis para las cinco. Así que cada mes las cinco han puesto doblemente su parte.
Cuando empiezan a meterse, los primeros segundos casi lloran, pero instantáneamente hasta Félix Rodriguez De Lafuente se acojonaría por el sonido de hienas que emitían. Aún así 3 de cada 4 semanas sabían que mi visita era olbligatoria para no delatarlas. Ellas se reían como hienas y yo huía de mí mismo como una liebre.

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